Es de noche en el parque Guillermina, hay poca luz y hace un frío que mejor ni hablar. Cualquier persona con un mínimo de sensatez se quedaría adentro, con la estufa prendida, pero ellos no. Escuchan, intentan, se embarran, se golpean, vuelven a intentar. Sólo quien juega o jugó al rugby puede encontrarle la lógica al sacrificio de un entrenamiento nocturno de invierno. Más en el caso de los jugadores del seleccionado Desarrollo: a la dureza implícita de la sesión, se debe agregarle el traslado hasta la capital. Algunos viajan más de 100 kilómetros para llegar a la práctica, y deben volver a sus casas una vez que termina.

“Podríamos trabajar en Natación, o en otro club de Primera. Pero lo hacemos acá, en Bajo Hondo, con poca luz, porque es un club de Desarrollo. Esto es lo que somos: esfuerzo, lucha contra la adversidad”, define José Rubino, uno de los entrenadores del seleccionado de la categoría, equipo que nació para jugar sólo un partido y que ya ha comenzado a transitar el tercer año de una existencia mucho más fructífera de lo esperado.

“Por ahora estamos trabajando destrezas básicas: en el contacto, el pase, la situación de tackle, la postura para el empuje, etcétera. La idea es que los entrenadores de los clubes se acerquen, colaboren y nos traigan sus inquietudes. Pero también que los jugadores se lleven conceptos y los transmitan en sus clubes, porque muchos de ellos también hacen de entrenadores”, explica Rubino, que trabaja junto a César Ponce y el manager Javier Mirande. “El objetivo, en el fondo, es siempre el mismo: que los jugadores se desarrollen. Pero eso no se logra en 10 o 12 entrenamientos al año con nosotros, sino en sus clubes. Por eso es tan importante que compren la idea y la trabajen en sus equipos, agregándoles cosas nuevas”, completa el DT.

Pacificadores

Ya lo dijo una vez Nelson Cisterna, jugador de San Isidro RC, hace dos años: “para jugar en el Desarrollo hay que tener huevos” (sic). La máxima nació en un contexto áspero, de constantes peleas entre los clubes del interior. El seleccionado de Desarrollo fue el punto de encuentro entre los problemas de cada uno.

“Hoy existe una comunicación que antes no había. Sobre todo desde que se comenzaron a hacer los viajes. Se formó un vínculo: los chicos se quedan al tercer tiempo, conversan, comparten conocimientos. Y técnicamente han crecido mucho”, ejemplifica Elvio Díaz, de La Querencia.

“Ha mejorado mucho la relación entre los clubes. El sur siempre fue bravo, je, pero hoy me veo compartiendo cosas con chicos de otros clubes que eran como enemigos”, admite el propio Cisterna, testigo de los cambios que provocó el equipo desde su génesis.

Y es que las adversidades unen a la gente. Elvio recuerda sus primeros tiempos en Huirapuca, cuando en épocas de zafra tardaba una hora y media en bicicleta desde Alberdi hasta Concepción para llegar a los entrenamientos. “Era bastante duro, pero tenías la satisfacción de que el fin de semana ibas a jugar”, compensa quien fue capitán del seleccionado el año pasado. Su cuenta pendiente es jugar la Copa Zicosur, a la que no pudo ir en 2013 por una lesión en la rodilla.

En el caso de Cisterna, sólo la pasión y la disciplina del rugby pueden congeniar partidos, entrenamientos y gimnasio con su novia, su hijo y un trabajo de 12 horas al día en horario rotativo. De historias como la suya y la de Elvio se nutre el Desarrollo.